Relación Cuerpo-Mente

Creo que, a partir de ahora,  me convertiré en una fiel defensora entre la relación cuerpo-mente para nuestro propio bienestar. 

Ha caído en mis manos “El placebo eres tú”, un libro de psicología que recoge precisamente esta relación y que parece estar avalada por la neurociencia. Y, antes de adentrarme en sus páginas, quiero dar mi opinión al respecto y cómo mi vida ha estado influenciada por esta relación tan estrecha que cada día más avalan médicos y neurólogos. 

Y para ello, diré que debo ser una persona “facilona” para algunos sujetos ????. Voy a explicarme mejor. Hace ya unos cuantos años que conocí a mi marido y, cierto es que, al principio de nuestra relación, yo era una persona muy diferente. A parte de considerarme una persona más independiente, segura y que vivía inmersa en el “hacer”, no sentía que mi vida fuese a la deriva.  

Todo dio un giro de 180º en el momento que decidí aceptar la oferta de convertirme en responsable de una empresa de gran prestigio a nivel nacional. Tuve que hacer frente a situaciones muy desagradables, incómodas y, por qué no decirlo, injustas. 

Ello hizo que se mermara mi salud física y emocional. Tanto fue así que apareció la inseguridad, el miedo y la decepción. Y todo esto hizo que yo tuviera verdaderos y serios problemas de salud que todavía hoy me acompañan.  

¿Y qué tiene que ver mi marido en todo esto? Muy sencillo. Fue la 1ª y única persona que, desde el principio, me decía que yo misma me estaba generando este malestar físico. No paraba de pensar en el dichoso «temita», cada vez lo hacía con mayor intensidad y, además, añadiéndole un tinte dramático poco favorecedor. A mí, dicho sea de paso, cuando mi marido me decía que era yo la que me estaba provocando ese problema de salud, me sentaba como una patada en el estómago. ¿En serio mi marido me decía eso? ¡Qué incomprendida me sentía! Si ni siquiera mi pareja, la persona que convivía conmigo era capaz de entenderme…

Y aquí está el quid de la cuestión. Mi pareja me quería ayudar y mucho. Siempre llevó razón en aquello que me decía, pero yo no conseguía verlo. Y cuanto más me ofendía, peor me encontraba. Cuanto más me lo decía, más me dolía y más empeoraba. Y así con un sinfín de “cuentos” que me contaba para no escuchar y sobre todo para no aceptar que esa era mi realidad. 

Yo sentía que el mal me lo provocaban otros, que todo era ajeno a mí. ¡Si yo solo pretendía trabajar! Pero claro, en el trabajo se encontraba el conflicto. Conflicto que, a día de hoy, creo que no supe atender. Me “encerré” en el otro, en la situación, en lo mal que se estaban portando conmigo y… yo allí, con todos mis valores pisoteados, con todo lo que me había contado por los suelos… ¡echa un trapo! 

Y llegó un momento en el que comencé a ver la luz. A pensar que quizás me hubiera servido de gran ayuda atenderme a mí y a mi dolor en lugar de andar como Don Quijote luchando contra molinos de viento. Yo no pude cambiar el sistema, pero créeme que durante meses pensé que lo conseguiría. Hubiera sido tan fácil como pararme a analizar la situación de una manera objetiva, desde mí pero también desde el otro y desde una persona completamente ajena a la situación. Atender mi dolor y haber sido capaz de actuar desde el amor y no desde el miedo. Claro que esto es harina de otro costal…. Y de lo que podemos hablar en otra entrada ????.

Y te cuento esto porque, en apenas 3 días, he vivido un par de situaciones sociales un tanto complejas de las que he salido “airosa” comportándome como una persona adulta y responsable. Te cuento de qué se trata ????.

Hace unos días, y después de haber manifestado en alguna ocasión un asunto vecinal que me incomoda, éste se sigue repitiendo. Lo hace un vecino en particular pero, a base de cervezas (porque así de básicos somos algunos) se está ganando el afecto de algunos vecinos. La cuestión fue que, el domingo, decidieron organizar una mini-party que yo, como propietaria de arriba y vecina de la urbanización, me tuve que tragar. Acabamos en mi casa manteniendo una conversación de adultos (al menos así la considero por mi parte) y me quedé muy satisfecha, porque más allá del acuerdo alcanzado, fui capaz de exponer lo que pensaba y defender mis derechos sin pisotear a nadie y sin tener que nombrar a terceros para excusarme ni sentirme superior (como he hecho el resto de mi vida “cobarde”). 

Y,  el  miércoles, hablando con una de mis grandes amigas, pues había una decisión importante que había tomado en mi vida y que quería que supiera por mí, me sorprendí diciéndole que me había costado realizar esa llamada por miedo al rechazo y a que ella no hubiera entendido dicha decisión y la cual tomé en un momento concreto de mi vida. Claro que, a base de mucho trabajo de desarrollo personal, yo había descubierto que mi vida se había basado fundamentalmente en el rechazo y la injusticia y que la manera que había empleado hasta la fecha no había sido ni la más madura ni la más consciente. 

Y aquí, en estos momentos, ha sido cuando me he dado cuenta de mi gran desarrollo personal. De saber empatizar, pero de verdad, de la consciencia de haber sido capaz de expresar mis emociones sin miedo y de actuar desde el convencimiento de que, si cuando expongo mi opinión lo hago desde el respeto y el cariño, siempre ganamos todos independientemente del resultado.  

¿Y qué tiene que ver esto con la relación cuerpo-mente? ¡Fácil! Porque cuando siento que estoy en armonía entre lo que me cuento y lo que sucede y solo me centro en la realidad de los acontecimientos y no en lo que mi cabeza me quiera contar, mi salud emocional mejora exponencialmente. Somos lo que pensamos y, si lo que pensamos no es positivo y entramos en bucle con contextos o situaciones que nos generan malestar, malestar será lo que se presente en nuestro cuerpo de diversas formas. Ahora bien, si pensamos en las cosas buenas que sí tenemos, agradecemos lo que somos y contemplamos la realidad tal cual se presenta sin opiniones ni juicios de valor, de la misma manera se reflejará en nuestro cuerpo. 

“Un pájaro posado en un árbol, nunca tiene miedo de que la rama se rompa, porque su confianza no está en la rama, sino en sus propias alas”.

Anónimo

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